Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1872 (2ª) (Cortes de 1872)
Sesión: 5 de junio de 1872
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Respuesta al Sr. Ruiz Gómez
Número y páginas del Diario de Sesiones: 31, 654, 655
Tema: Discurso de la Corona

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes): Yo no tengo interés en hablar, ni tendría inconveniente en renunciar la palabra. Voy a hablar por deferencia a mi amigo el señor Ruiz Gómez, porque no me parecería cortés dejar de responder a algunas palabras de las que ha pronunciado en el discurso que acaban de oír los Sres. Diputados, discurso que, más bien que dirigido al Congreso, parecía dirigido a mi humilde persona.

El Sr. Ruiz Gómez ha dicho que es muy consecuente, que está muy satisfecho de su conducta, que tiene la conciencia muy tranquila; y como eso lo decía dirigiéndose a mí, me parecía que S. S. suponía que yo ni estoy satisfecho de mi conducta ni tengo tranquila mi conciencia; y el Sr. Ruiz Gómez, si tal ha creído, está altamente equivocado.

Yo no niego a S. S. la consecuencia; pero S. S. no me la puede negar a mí. Hemos pensado de la misma manera, Sr. Ruiz Gómez, por espacio de mucho tiempo, antes de la revolución, durante la revolución y después de la revolución. De la propia manera pensamos en aquella época que S. S. ha citado, cuando corrían juntos los nombres de Calvo Asensio y de Sagasta; y no pensaba Calvo Asensio, ni con mucho, lo que ahora pensamos el Sr. Ruiz Gómez y yo; y yo, que sé los sinsabores que a Calvo Asensio le costaron y los disgustos que le ocasionaron ciertas ideas y ciertos contactos, presumo que si viviera Calvo Asensio estaría donde estoy yo, donde está su íntimo amigo, su compañero inseparable.

Pero, Sr. Ruiz Gómez, antiguo amigo mío, ¿quién le ha dicho a S. S. nada de su consecuencia? Bueno es que S. S. la aplauda; pero no está bien que S. S. no ponga a la misma altura la consecuencia de los demás. ¿Cuándo ha pensado S. S. de diferente manera que pienso yo hoy? ¿No ha pensado S. S. conmigo después de la revolución, que los derechos individuales en su ejercicio eran legislables? ¿No ha juzgado S. S. conmigo que la Internacional era una sociedad que estaba fuera de la ley? ¿No ha pensado S. S. conmigo, ¡qué digo conmigo! no; si eso no lo ha pensado S. S. conmigo, porque yo nunca he pensado eso, que el sufragio universal era un peligro y un inconveniente? Pues yo no he creído eso todavía; yo no lo he dicho: S. S. nos lo ha afirmado aquí cuando estábamos juntos, y luego, yo no sé por qué, S. S. se ha ido a otra parte y me ha abandonado a mí, y nos ha abandonado a nosotros, que seguimos pensando precisamente lo mismo que pensaba el Sr. Ruiz Gómez, con la diferencia de que no íbamos tan

atrás como iba S. S.

Nosotros creemos hoy lo mismo que ayer creíamos; defendemos hoy lo que hemos defendido ayer; combatimos hoy lo que hemos combatido ayer: yo no he variado un ápice en mi camino ni en mis ideas desde la revolución acá. He sostenido la misma política, los mismos principios; he combatido las mismas cosas, y las he combatido cuando vosotros me sosteníais, y las he sostenido en compañía vuestra, y alentado por vosotros, y aplaudido por vosotros. (El Sr. Ruiz Gómez: Pido la palabra para rectificar y para alusiones personales).

¿Qué es esto? ¿Habláis de inconsecuencia? Llamaos como queráis; id a donde queráis, si es que sabéis a dónde vais, pero no acuséis de inconsecuencia a quien no ha variado desde la revolución acá.

Yo he tenido la desgracia o la suerte de ser Ministro de la Gobernación, de dirigir la política de este país desde la revolución acá, con muy corto intervalo; he sido miembro de Gabinetes de conciliación; he sido miembro de Gabinetes que entonces no se llamaban radicales, aunque en ellos estaban excluidos los hombres de procedencia de la unión liberal; he figurado más tarde en otros Gabinetes de fusión entre elementos procedentes de la unión liberal y del partido progresista. Pues bien; en unas y en otras épocas Ministros se han sucedido y han continuado en el Ministerio de todas procedencias. Que digan si he faltado nunca a lo que me propuse desde que se inició la revolución; que digan qué principio combato hoy que no haya combatido desde la revolución acá; que digan qué idea combato hoy que no haya combatido desde 1.868, y que digan qué idea, qué principio defiendo hoy que no haya defendido desde la revolución de Septiembre.

¡Ah, señores! Ya llegará el día de que discutamos: ya veremos de parte de quién está la razón y de parte de quién se halla la consecuencia; pero entre tanto, bueno será sentar que la inconsecuencia no ha estado de mi parte ni de parte de mis amigos.

¡Radicales! Es verdad. Un día célebre se discutía en el Parlamento una cuestión importante; se había hecho creer, yo no sé si con razón o sin ella, que de la resolución de aquella cuestión dependía la vida de la revolución de Septiembre. Una parte de la Cámara, y por cierto la parte de la derecha, creyó que no dependía la vida de la revolución de la resolución que se trataba de adoptar, y en uno de esos momentos de angustia y de apuro en una Asamblea, cuando la Cámara se divide y la derecha se va a un lado y la izquierda a otro, entonces el general Prim, a quien habían hecho creer que la existencia de la revolución dependía de una votación dada, de una cuestión gravísima de Hacienda, al ver que la derecha se le escapaba, él que de ninguna manera quería que se escapase la existencia de la revolución, porque su pérdida sería nuestra vergüenza, apeló a toda la izquierda de la Cámara, a unos y a otros, a todos los que podían estar interesados en la revolución, y por eso dijo:" ¡radicales todos, vengáis de donde vengáis, radicales, a defenderse!"

Y refiero, señores, un hecho tanto más cierto, cuanto que en esa misma cuestión, creyéndose que el Gobierno podía ir por ciertas corrientes, la parte de la Cámara procedente de la democracia no quería votar, y solo al oír la palabra radicales, comprendiendo la parte que en esta invocación le correspondía, votó.

Por consiguiente, conste que fue para atraer a aquella votación, de la cual creía el general Prim que podía depender la existencia de la revolución, para lo que el general Prim empleó la palabra radicales. Pero ¿qué sucedió después? A consecuencia de aquella votación hubo un cambio ministerial; desapareció del banco azul la parte procedente de la unión liberal, y se formó un Ministerio compuesto de progresistas y demócratas. Era [654] necesario bautizar a aquel Ministerio; no se le podía llamar ¿Ministerio de conciliación, porque así se llamaba el anterior; había que inventar un nombre que marcara la diferencia entre el anterior Ministerio de conciliación y el democrático. Reunidos en el gabinete de este edificio que se llama de los Ministros, se discutió el nombre que había de llevar el partido que iba a apoyar a aquel Ministerio: por lo visto, a esa reunión no asistió el Sr. Ruiz Gómez; porque si hubiera asistido, recordaría que los hombres procedentes de la democracia apoyaban la denominación de radicales, a lo cual nos opusimos tenazmente todos los progresistas, y entre ellos el general Prim y yo, y después de una larga discusión se acordó que se llamara progresista-democrático, desechando por completo la denominación de radical.

Entendedlo, pues, señores radicales; llamaos como queráis; si queréis continuar denominándoos radicales sea en buen hora; pero no digáis ya que este es el nombre que os ha puesto el general Prim: al contrario, el general Prim, como todos los que procedíamos del partido progresista, rechazamos ese nombre y nos llamamos progresistas democráticos.

Ya he dicho lo que significa este nombre, que no necesitábamos acordar aquel día, que lo teníamos de antiguo, porque el partido progresista español ha sido siempre un partido democrático, como que funda su doctrina y su sistema en la soberanía nacional.

Conste, pues, que nosotros estamos donde estábamos, y que si aquí ha variado alguno de lugar, no hemos sido nosotros, que defendemos hoy lo que hemos defendido ayer, y que mañana defenderemos lo que defendemos hoy; pero hoy con más tesón que ayer, y mañana con más tesón que hoy. Hemos basado nuestra conducta, como la estableció siempre en España el partido más liberal dentro de la Monarquía, en un respeto profundimo a las instituciones fundamentales que el país se ha dado; dentro de ellas, todo el progreso que permita el adelantamiento de la Nación; pero nada que pueda afectar a estas instituciones fundamentales: ese ha sido el carácter y la esencia del partido progresista, y en ese sentido puede decirse que no ha habido en España un partido más conservador que el progresista, en el sentido de conservar, de afianzar las instituciones representativas; en ese concepto, el partido progresista ha tenido siempre, no respeto, veneración a la Monarquía; ha tenido, no respeto, veneración a sus leyes fundamentales, hasta el punto de que hay aún progresistas cuyo ideal es la Constitución del año 12 con todos sus defectos. Pero dentro de esas leyes fundamentales en que descansa la organización política de un país, el partido progresista ha marchado siempre animado del espíritu más progresivo.

El Sr. Ruiz Gómez nos ha citado al partido progresista inglés: cierto, ese es el espíritu que anima al partido progresista inglés, partido esencialmente conservador de sus leyes fundamentales, pero progresivo dentro de esas mismas leyes; y esa es la diferencia que hay entre nosotros, animados del mismo espíritu progresivo que animó siempre al partido progresista, y algunos que con vosotros se han unido y que no tienen ese mismo espíritu; porque si son progresistas como nosotros, si quieren el progreso como vosotros, en cambio no dan la importancia que nosotros damos al afianzamiento y a la consolidación de las instituciones fundamentales, para tener en cualquiera borrasca, en cualquiera tempestad política, una tabla a que asirnos, la tabla de las instituciones fundamentales. Por eso quizás vosotros os encontráis un poco perturbados, mientras que nosotros estamos tranquilos y serenos defendiendo hoy lo que hemos defendido siempre.

Ya ve el Sr. Ruiz Gómez, mi antiguo amigo, mi amigo actual, y espero que mi amigo en lo sucesivo, porque juntos hemos de estar (ya que por más que su señoría quiera lo contrario, sus convicciones le han de llevar a otra parte), ya ve mi amigo el Sr. Ruiz Gómez a qué quedan reducidos sus cargos de inconsecuencia. Ya sé yo que hay muchos que se van a su casa, pero para volver pronto, pero para pensar allá, en el sosiego del retiro, que los amigos de quienes se han separado son sus verdaderos amigos, son los que lo han de ser siempre, los que han pensado hoy como ayer, los que pensarán mañana como piensan hoy.

De la cuestión de la Hacienda no voy a ocuparme: ya se ve, "a muertos y a idos, no hay amigos." Sin duda por haberse separado, no se acuerda el Sr. Ruiz Gómez del amigo a quien sucedió en el Ministerio de Hacienda. Digo esto porque el Sr. Ruiz Gómez atribuye toda la bienandanza de la Hacienda exclusivamente a los dos meses en que mandó el partido radical, y su señoría debía saber que yo tuve la desgracia de ser Ministro interino de Hacienda unos días. Pues yo puedo asegurar a S. S. que, Ministro interino y todo, recibí los mismos y aún mayores y mejores ofrecimientos que S. S.: pactada tenía la negociación, y si no hubiera sido por la presentación del proyecto de ley a las Cortes, y por la necesidad de acomodar a éste toda operación posterior, yo la hubiera concluido con condiciones mucho mejores que lo hizo S. S. sujetándose a la ley de las Cortes. No había casa notable en el extranjero que no quisiera tratar con el Gobierno en condiciones mucho más ventajosas que aquellas que por el proyecto de ley se determinaron. Y toda esa bienandanza que a S. S. se le ofrecía en cartas y en anuncios, en anuncios y en cartas se me ofreció a mí también. De manera que ese oasis rentístico en que su señoría se encontró, no fijé solo debido a la entrada de los radicales en el Ministerio; era también debido a lo que venía haciendo aquel Ministerio que representaba una conciliación que se rompió en mal hora para los intereses de la revolución y para el porvenir de la Patria. Y no digo más, porque en esa cuestión entraré más despacio cuando llegue el momento oportuno.

Entretanto, baste al Sr. Ruiz Gómez saber que no cabe atribuir lo que entonces pasó a esos dos meses de descanso, a esos dos meses que se han calificado de baños, sino a la confianza que había en el extranjero desde la venida del Monarca hasta que cayó el Ministerio de conciliación.

Y concluyo diciendo al Sr. Ruiz Gómez que no he tenido ánimo de molestarle; que si alguna de mis palabras le mortificara, queda desde luego retirada. Mi objeto no ha sido otro que poner la cuestión en su verdadero lugar, porque no me gusta que nadie me ataque injustamente. Yo estoy donde estaba, y mañana estaré donde estoy hoy. Vuelva S. S., si quiere, al sitio de donde con gran pesar mío se marchó.



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